Sunday, March 05, 2006





UNA CALETA DE PESCADORES

Mis primeros poemas los escribí en la adolescencia, frente a la caleta de pescadores El Membrillo. Contemplaba el vuelo salvaje de las gaviotas sobre la espuma, su lucha por atrapar en picada un dorado pez; la pereza de los alcatraces rascándose la barriga sobre las rocas; los botes y las redes tiradas despreocupadamente en la arena. En tanto, la faena de los pescadores era ardua. Varios hombres fuertes y de piel oscura, curtida por la sal y quemados por el sol, empujaban una lancha repleta de pescado. En otro lugar algunos más viejos remendaban redes o ponían las carnadas a sus lienzas o espineles. No faltaba una mujer, un niño y un gato. Todo esto bajo la mirada entre dulce y severa de la estatua de San Pedro, el pescador de almas.

Su figura nos recuerda la dignidad de esta profesión. Una vez en Galilea, el Maestro le vio arrojar la red al mar. Supo de inmediato que éste atraparía gran cantidad de almas en lo que restaba de su vida, almas para Su Reino espiritual. Así es que lo llamó prometiéndole "Sígueme y te haré pescador de hombres".

Los obreros de la mar saben quien es Pedro y que su Maestro les acompaña en su esforzada labor, que les guía en el océano y calma las tempestades de sus vidas.

Todos navegamos por este mundo convulsionado muchas veces con dificultad. La figura del pescador nos recuerda Aquel Otro Pescador que puede darnos la seguridad de la fe y la esperanza de alcanzar una meta gloriosa.

Pastor Iván Tapia
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